jueves, noviembre 16, 2006

El Tai Chi y el racismo

Posted by Picasa El Tai Chi y el racismo


Hermosa mañana.

Levemente fresca para estar con el equipo de Tai Chi frente a la costa del río, pero tolerable.

Además, a poco de comenzar los ejercicios, la concentración total que se adquiere hace que uno extrapole las sensaciones mas mundanas y pase a una etapa más profunda y etérea.

Él era el tercero que llegaba a la reunión cotidiana. A lo lejos venían acercándose otros cinco compañeros, y por las escaleras del club de Pesca que les permitía hacer los ejercicios en sus instalaciones, bajaban el profesor junto con otros dos alumnos, seguidos a corta distancia por el anciano Sensei de la Academia, Maestro de su Maestro, que ni siquiera hablaba español.

El sol asomaba por el este, enrojeciendo el horizonte. Ese día el río estaba calmo, como un espejo. Estas son las cosas que hacen valer la pena, cada mañana, superar ese deseo de quedarse calentito en la cama, y tener la constancia de levantarse, darse un baño de purificación - que así lo encara esta filosofía, no es cualquier duchazo - y luego vestirse especialmente para ir a la reunión, cuando todavía no amanece. Por eso, ver ese disco amarillo-anaranjado surgir del agua y elevarse... compensaba todo.

Era extraño, pero él estaba en ese grupo por indicaciones de su psicoterapeuta, ya que sufría de una paranoia obsesiva contra toda la raza "amarilla", por culpa de la educación e influencia de su padre. Era un rechazo visceral, muy difícil de gobernar. Pero gracias al Tai Chi lo estaba logrando.

Su padre tenía motivos para ser como era. Veterano combatiente de la segunda guerra mundial, había sufrido mucho en los enfrentamientos con los japoneses, cuando era un muchacho jovencito, casi un niño, y hacia el fin de la guerra cayó prisionero de las fuerzas imperiales siendo sometido a tantos maltratos que quedó con secuelas, no solo psíquicas, sino también físicas. La falta de movilidad completa de uno de sus brazos era una prueba de los apremios. Luego dos bombas atómicas terminaron la guerra y los prisioneros fueron rescatados, pero todos los ex-combatientes quedaron con distintos daños.

El padre les tenía un odio impresionante, que no disminuyó pese a los esfuerzos del equipo de psicólogos del Hospital de Veteranos de las FFAA de los EEUU. Por eso, con el correr de los años, en la convivencia normal con su hijo, le trasmitió a este - seguramente sin intención - ese rechazo patológico.

Él buscaba quitarse ese prejuicio racista adquirido pasivamente, y seguía al pie de la letra las indicaciones de su psicoterapeuta. Una de ellas era profundizar en las costumbres de esas lejanas tierras, "conocerlos" mas, para descubrir por fin la otra cara, la que a él le ocultaron, de esas civilizaciones, desactivando así ese rechazo trasmitido por su padre. Por eso ingresó a la escuela de Tai Chi.

Pues bien, esa mañana cada alumno rutinariamente ocupó su espacio preferido. A él le gustaba el círculo externo de la pequeña explanada, en el borde donde comenzaba el césped, a medio camino entre los árboles y la orilla.

Comenzaron a efectuar la rutina de relajación y estiramiento.

El Profesor hizo la señal de comienzo y todos correspondieron.

Primero suaves ejercicios para calentar los músculos y pocos minutos después ya estaban prontos para la serie del día.La iniciaron con una postura "de grulla" a la que se llega - según las reglas de esta especialidad - con movimientos muy pausados y gran concentración mental, una especie de "cámara lenta" para quien esta observando las secuencias.

Aplicó toda la gravedad de su cuerpo en la planta del pie izquierdo, luego curvó ligeramente la rodilla del mismo lado y elevó lentamente la pierna derecha, mientras subía los brazos y mantenía hiperextendida la cabeza.

Era hermoso ver de lejos la clase, ya que los movimientos perfectamente coordinados del grupo generaban imágenes interesantes y trasmisoras de una extraña sensación de paz interior.

Él ya venía notando un cambio en su actitud para los nipones y estaba seguro que era porque los estaba comprendiendo, no todo era como se lo habían dicho.

En el momento que había adoptado la posición de máximo estiramiento, fue que vio con el rabillo del ojo una mancha marrón que apareció de entre el pasto del borde de la explanada, y a gran velocidad desapareció de su alcance visual cerca de su pie de apoyo.

De inicio no pudo determinar de que pequeño bichito se trataba, ya que la visión lateral no definía colores, solo alertaba por el movimiento. "Quizás una cucaracha voladora - razonó - hay muchas en la zona".

Todos estos pensamientos los efectuó en base a la información lograda por el rabillo del ojo, sin dejar de seguir las secuencias que el ejercicio indicaba. Sabía que pronto quedaría mirando hacia abajo, siempre manteniendo el equilibrio con su pie izquierdo y asi si podría ver.

Cuando llegó a esta posición, pudo definir la mancha junto al borde de su pié. No era una cucaracha, era una maldita araña de mediano tamaño, ¡justo a él que le tenía fobia a los arácnidos!, y el bicho parecía que lo sabía, porque cuando la pudo visualizar correctamente, con un movimiento rápido se le metió por debajo del pantalón.

Sentía perfectamente las patas frías subiendo y enredándose con los pelos de su pantorrilla izquierda. Logró controlarse. Lo tomo como una prueba que Dios le ponía para ver cuan importantes habían sido sus avances de concentración e inserción en el Yo Total.

Estaba sereno, las enseñanzas de los Sensei estaban dando resultado. Se sentía agradecido hacia ellos.Todo el tiempo siguió los ejercicios imperturbable, mientras sentía como el bichito le caminaba por el hueco de la rodilla y se detenía a medio camino de su muslo posterior. Allí quedo quietita.

Él continuó los movimientos pausados, sostenidos, y lentos, pensando: "¡Por fin se queda quieta esta miserable hija de puta". Quizás tuviesen algún tipo de comunicación, porque fue terminar la puteada y el arácnido comenzó una carrera loca hacia la pelvis, pasando entre las piernas, deslizándose por la nalga derecha hacia adelante y deteniéndose en las bolsas, quieta entre el protector testicular y el pantalón del equipo.

Allí él comenzó a sudar, pero logró - casi - mantenerse concentrado, aunque la mitad de su cerebro prestaba atención al ejercicio y la otra tenía las alarmas en rojo, lo que le generó una hipersensibilidad impresionante. Cada patita que movía la araña, él la sentía como una pisada de elefante.Por la combinación del ejercicio y los nervios, traspiraba copiosamente. Varias gotas de sudor - él las sentía perfectamente, tal el estado de sobre excitación que tenía - comenzaron a juntarse por debajo del ombligo y luego emprendieron descenso hacia la pelvis. Deben haber mojado o pasado cerca de la intrusa, porque esta siguió su ascenso por debajo del cinto y luego de generarle unas cosquillas impresionantes al recorrer en forma alocada su barriga - quizás escapándose de los torrentes de transpiración que aumentaban - terminó momentáneamente alojada en su ombligo, ya que los quilitos de más que tenía le daban al huequito una profundidad muy aceptable para una araña mediana, no muy desarrollada.

Podía sentirla acomodada en su ombligo, pero pese a todo logró controlarse y seguir imperturbable con el ejercicio. - "¿Y todavía pensás hacer nido en mi ombligo?...¡la reputísima madre que te parió, bicho de mierda!" - pensaba sin dejar entrever en sus facciones ningún tipo de sentimientos que no fueran de placer y serenidad.

Consumada la posición de grulla, retomaron los movimientos inversos hasta que llegó a tocar el piso con el pie derecho, descansando. Allí su primer impulso fue salir a los gritos sacándose la ropa, desalojar la maldita cabrona del ombligo y pisarla unas cuarenta veces para sacarse la calentura.

Pero no.

Eso estaba en contra de la filosofía de respeto a todo tipo de vida que trataba de aceptar, algo básico en esas civilizaciones y que además elevaría su nivel conciente y astral. Borró de su cabeza dicho impulso. Pensó: "Estos japoneses están haciendo un excelente trabajo conmigo".

Se dispuso a comenzar el segundo ejercicio, en búsqueda de la paz interior y en el momento que arqueaba su cuerpo y elevaba los brazos, sintió como la condenada polizona retomaba su carrera loca en dirección ascendente, pasando por sobre su tetilla derecha generándole una picazón casi insoportable, subiendo por el brazo hasta el codo.

Estudiando esos movimientos, ya había calculado que en cuanto la bicha llegara a su muñeca derecha, con un sacudón brusco la tiraba al pasto, pero la condenada volvió sobre sus pasos - siempre con carreras alocadas haciéndole cosquillas con sus patitas frías - y pasando sobre la axila empapada siguió por el cuello y quedo quieta sobre la cinta anti-sudor que tenía en su frente. Ya no la sentía sobre su piel.

Comenzó a relajarse, y se sintió muy feliz, porque, pese al sufrimiento, él logró hacerlo, logró mantener la calma ante todas las carreras de la araña, logró superar el miedo que le tenía a esos bichos y la ansiedad que le producía pensar en la posibilidad de que lo picara, logró controlar los reflejos y las ganas de rascarse, logró continuar inmutable los ejercicios. Por fin logró manejar su fobia - que no es poca cosa, ni fácil de lograr - y sentir que había dado un inmenso salto hacia adelante en su relación con el Todo, dejando de ver a los de tez amarilla con ese odio heredado, sentimiento irracional que tanto le molestaba.

Eso si, no logró ver el manaso que le pegó el alumno que tenía a su derecha al ver la araña en su cabeza. El otro animal no controló ninguno de sus reflejos y del golpe lo dejó casi inconsciente en el piso.

Increiblemente, mientras trataba de no desmayarse alcanzó a ver que la patona había evitado el ataque y se perdía velozmente entre el pasto.

Sentía que la cabeza le daba vueltas y todavía tenía que aguantar al otro imbécil pidiéndole disculpas, explicándole que era muy nervioso, y que cuando vio esa bruta araña no pensó en otra cosa que matarla y que por eso le pegó semejante golpe y que no sabia como lo sentía, que por favor lo disculpara, que... Pero ya ni lo escuchaba.

El Profesor le puso una bolsa de hielo en el chichón que comenzaba a aparecer en su costado y dolía una barbaridad. Aprovechando entonces que lo tenía cerca y estaban solos, le contó lo sucedido con lujo de detalles hasta que el otro bestia le reventó la cabeza de un piñazo.El Profesor quedó muy serio, luego dio un paso atrás y ceremoniosamente, juntando las manos, le hizo una reverencia. Comentó algo en japonés con el anciano instructor, su propio Sensei, quien inmediatamente hizo los mismos gestos de respeto hacia él, y pronunció una larga e inentendible perorata en su idioma natal.

Aquí el más joven le tradujo que el anciano había dicho que "el respeto a un ser vivo, cualquiera sea, aún a costa de su propia seguridad, le estaba demostrando - en ese juego divino que solo los iniciados pueden entender - que su nivel espiritual se había elevado muchísimo y eso era motivo de gozo, por lo que lo celebraban respetuosamente".

Pese al rechazo a los "amarillos" mamado desde la cuna, estas actitudes de los instructores lo llenaron de orgullo, y valoró que tenía razón su psicoterapeuta, ya que estaba superando sus traumas y recelos y comenzaba a sentir un respeto especial por esas antiquísimas civilizaciones y sus costumbres ancestrales, sugerentes de una inteligencia más allá de los milenios.

Como broche de oro, el Sensei lo invitó a acercarse a su auto, de donde el anciano japonés sacó una caja pequeña de madera tallada
- típicamente oriental - donde tenía unas copitas de fina cerámica, las que llenó con un líquido transparente servido de una botella pequeña, de forma cúbica y delicadamente decorada.

El instructor explicó que el anciano quería festejar esa elevación de su nivel espiritual brindando con sake, que esa era la bebida que tenía la botellita extraña. Era un honor muy especial, pocas veces brindado a los alumnos.

Un poco ruborizado por tanto elogio y luego de sendas reverencias tomaron de un solo trago el contenido de los pequeños cuencos. Era un líquido fuerte, que sintió claramente al bajar por su esófago y cuando comenzó a calentar su estómago. Nunca lo había tomado. Le explicaron que el sake era alcohol de arroz, típica bebida japonesa.

Mientras agradecía por la especial atención que habían tenido con él, sintió que se mareaba.

Despertó a los tres días, en la sala de terapia intensiva donde estaba internado por un edema de glotis fulminante que casi lo asfixia hasta la muerte, pero del que lo habían logrado recuperar.

Allí vino a enterarse que había sufrido un shock anafiláctico pues era sumamente alérgico al alcohol de arroz. El desconocía eso, pero intuía que esos amarillos seguramente lo sabían.

No podía hablar por la cánula del respirador artificial que tenía metida en la tráquea, pero allí si supo que no era en vano su oculto odio a esos miserables nipones y sus costumbres traicioneras.

¡Como pudo confiar en esos ojos rasgados!

.¡¡¡Como pudo olvidarse de Pearl Harbor!!!.

El extraño caso del hombre cangrejo

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(Sobre la estupidez humana)


Practicó incansablemente durante ocho años las doctrinas brahmánicas, yoga shidarta, concentración mental, autovaloración y auto hipnosis, sanación pránica y cuantas técnicas le permitiesen llegar a su objetivo, el objetivo de su vida: figurar en el libro.

Gastó más de lo que ganaba en la oficina haciendo cursos de gimnasia con especial énfasis en el elongamiento de los ligamentos y dominio total de la musculatura, así como de las articulaciones en todo su cuerpo y tuvo un control absoluto de sus niveles de dolor.

Logró, a base de muchísimos sacrificios y gran concentración, curvarse cada vez más hacia delante, más y más y más hacia delante, hasta que su espalda casi formaba un círculo perfecto. Sus piernas separadas con las rodillas flexionadas, le permitían mejor manejo del equilibrio y los brazos elevados como si quisiera iniciar el vuelo terminaban de asegurar un control total de su posición.

Todos los años de estudio y ejercicio estaban coronados con el éxito: logró llegar con la cara a su propio pene y estar en condiciones físicas de efectuarse una fellatio.¡Por fin estaría mencionado en el libro de sus sueños!

Buscó el número telefónico que había guardado celosamente tanto tiempo y emocionado llamó para contar su hazaña. Del otro lado lacónicamente le dijeron que mandara una foto o un video de su récord y que lo evaluarían.

Decidió mandar un video, por entenderlo más profesional e impactante, preparó la iluminación con las lámparas de su casa, pidió prestada la videocámara a un amigo, colocó una sábana azul de fondo, arrimó todos los muebles del comedor a la pared y puso en el piso la alfombra del recibidor. Ya pronto el escenario, calculó el ángulo de la toma, revisó la videocasete y apretó “RECORD”.

Por motivos de marqueting hizo una serie de aspavientos, buscando crear el clima, luego adoptó su postura, y la autofellatio quedó registrada para la posteridad.A los pocos minutos estaba en el correo mandando el material al Guinnes de los records.

Ya nuevamente en su casa pensó en enviar una foto a sus familiares, pues de aquí en más seria famoso. Preparó su cámara, le puso el disparador de tiempo y rápidamente adoptó la posición, pues el sistema permitía unos pocos segundos antes de la toma automática, y esa fue la equivocación, alli esta el detalle... ¡adoptó la posición muy rápido!, algo hizo ruido en su espalda y no pudo recuperar su posición normal.

Desesperado se fue arrastrando hacia el teléfono en el otro cuarto. Sus piernas y brazos estirados no le permitían pasar por la puerta con facilidad, así que tuvo que aprender a caminar de costado. A los tirones lo hizo caer al piso, luego con los dientes lo descolgó y con la nariz marcó el número de la ambulancia. Contó lo sucedido y salió al patio a esperar su salvación.

Cuando pasaba de lado por la puerta del apartamento hacia el pasillo, la vecina de junto lo vio salir y esa especie de cangrejo superdesarrollado, desnudo y con “eso” colgando en el medio fue mucha impresión para ella, se desmayó "al toque".

Ante lo sucedido, con gran sacrificio volvió a entrar a su casa para traerle – si podía - un vaso de agua y explicarle lo sucedido y en ese preciso momento llegaron apurados los camilleros, vieron a la mujer tirada en el piso, la auscultaron, uno de ellos dijo: "¡Aun respira!" , la pusieron rápìdamente en la camilla y se fueron.

Alcanzó a ver cerrarse la puerta del ascensor, pero no pudo gritar que él era el enfermo porque la postura no se lo permitía. Le faltaba el aire con tanto movimiento asi que, resignado, pacientemente volvió a ir hacia el teléfono. (Ya comenzaba a dominar los movimientos laterales.)

Al mes de estos acontecimientos llegó una carta del libro Guinnes de los records donde le decían que el video no era ninguna novedad, ya que un “santón” hindú había hecho lo que él mostraba unos cuarenta años atrás delante de tres mil fieles y además había batido el record de autofelatios en una hora. (Cosas especialísimas de esas extrañas religiones del tercer mundo semisalvaje.) Ahora aprovechaban esta comunicación para hacerle saber que ese record no había sido superado, por lo que lo invitaban a competir sanamente.

Intentó limpiarse el culo con el papel pero le resultaba difícil restregárselo sin perder el equilibrio, así que desistió. Su deseo de estar en el libro se había convertido en odio visceral, culpaba a esos tipos del Guinnes de su situación.

Los dictámenes médicos fueron terminantes:“ (...) por lo que se constata una impresionante y no habitual multiruptura de discos intervertebrales que han generado sinequias en toda la columna vertebral que... (...) " en buen romance, decía que se iba a quedar así para siempre.

Cuentan que llegó a convertirse en la estrella del circo “Amos de América”, comparsa con extraños participantes que se presentaba en todos los pueblos, villas y caseríos de la frontera del país, haciendo las delicias de niños y adultos.

El “Hombre cangrejo”, era la estrella indiscutida.

La parte destacada de su acto y que más gustaba era cuando, luego de entrar al escenario caminando de lado, con brazos y piernas extendidas y el cuerpo convertido en un círculo tal que dejaba la cara mirando sus genitales - cosa que ya de por si generaba múltiples exclamaciones de asombro - acercaba un recipiente, con la boca tomaba su miembro y procedía a miccionar ante los desmayos de algunas mujeres y los aplausos enfervorizados del público.

Cumplida esta acción fisiológica con perfecto autocontrol, llegaba el broche de oro: con movimientos fuertes y basculantes de su cabeza sacudía su apéndice viril hacia los lados teniéndolo delicadamente con los dientes, mientras balanceaba al tope las piernas y los brazos e increíblemente - preste usted atención – increíblemente al mismo tiempo, ¡movía las orejas. !

Esto ya era el clímax, el punto más alto del espectáculo.

Mire amigo lector, eso era la locura, realmente.